Hoy, en la edición digital de El País, se puede leer lo siguiente: “La exigencia del Partido Popular fractura de nuevo la unidad contra el terrorismo” y “El PP firmó ayer el acuerdo de luchar conjuntamente contra ETA, y después tardó exactamente un minuto y medio en volver a arremeter contra la política antiterrorista del Gobierno y en advertir que no descarta participar en concentraciones contra la banda paralelas a la oficial.” Es evidente que el titular está señalando un malo a sus lectores: el PP, que fue incapaz de disimular su doblez más de un minuto y medio. Hoy los lectores de El País tienen que estar enfadados con ETA, desde luego, pero también contra el PP. El País, sutilmente, apela a las letanías habituales y sugiere así discretamente un culpable. El proceso de paz ha fracasado porque el PP no ha apoyado al Gobierno y usa el terrorismo como arma electoral. Por tanto, esta muerte es, en parte, responsabilidad del PP. En resumen, PRISA vuelve a intentar que un atentado terrorista resulte en mayores votos para Zapatero, como ya ocurrió en 2004. Pero ¿qué argumentos proporciona El País a sus lectores para justificar la indignación contra el PP? Creo que la pregunta correcta sería ¿le importan sinceramente a esos lectores?
Hace unas semanas Juaristi razonaba que lo ocurrido entre los días 11 y 14 de marzo de 2004 encajaba a la perfección en el mecanismo del chivo expiatorio descrito por Girard. Una crisis, una sociedad desconcertada y asustada y una víctima inocente para conjurar el miedo y exorcizar el mal: el PP. Se acepte o no esa interpretación, resulta evidente que ahora mismo parece haber una parte significativa del electorado que lo único que necesita es que le proporcionen pretextos para descargar su odio contra el PP. Nacen así los mantras, seudo razones proporcionadas por los medios a sus seguidores para que descarguen su odio al PP con la conciencia tranquila. Como el odio es previo, y los mantras meras coberturas, resulta completamente inútil desmontarlos argumentalmente, ya que los que se amparan en ellos se limitan a desplazarse a otros. Y si también son desalojados de esta nueva barricada, se mueven a una tercera. Al final, es perfectamente posible que ya no exista ni apariencia de barricada, pero se sigan desplazando vertiginosamente entre sus restos.
No tengo ni idea de cómo se puede salvar esta brecha entre emoción y razón. En cualquier caso, es imprescindible que en estos momentos el PP mantenga la serenidad y no caiga en la trampa de la provocación.
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