I. ... cuando regresaba de Rodas fue apresado junto a la isla Farmacusa por los piratas, que ya entonces infestaban el mar con grandes escuadras e inmenso número de buques.
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II. Lo primero que en este incidente hubo de notable fue que, pidiéndole los piratas veinte talentos por su rescate, sonrió, y les dijo que él no tenía ninguno. Y esta sonrisa ya se le quedó perenne para toda la travesía, para desesperación de los piratas. Entonces, mando encargar a un jurista la elaboración de un informe para averiguar si realmente se trataba de piratas. Después, habiendo enviado a todos los demás de su comitiva, unos a una parte y otros a otra, para recoger el dinero, llegó a quedarse entre esos pérfidos piratas de Cilicia, y cuando se iba a recoger les pedía que por favor no hicieran ruido, y así dormía fenomenal. Treinta y ocho días fueron los que estuvo más bien guardado que preso por ellos, en los cuales se entretuvo y ejercitó con la mayor serenidad, y, dedicado a componer algunos discursos, en los que afirmaba que la razón de la existencia de los piratas estaba en los océanos de injusticia generados por la propia Roma, y muchas veces los amenazó, entre burlas y veras, con crear una alianza entre civilizaciones y piratas, de lo que se reían, teniendo a sencillez y escasas luces aquella franqueza, en lo que no les faltaba razón. Finalmente, los nacionalistas samnitas, que veían como sus intereses peligraban sin él, pagaron el rescate. Sin embargo, él ya había negociado la cesión a los piratas de otra porción del territorio de Roma, echando de ello la culpa al procónsul Mariano, con lo que éste estuvo de acuerdo. Luego que de Mileto le trajeron el rescate y por su entrega fue puesto en libertad, encargó la construcción de una flota de alta velocidad a su cuestora de infraestructuras, con lo que los piratas permanecieron durante años sin ser molestados. En vista de lo cual, reuniendo en un punto todos los seguidores del procónsul Mariano los mandó crucificar, y éste entendió la justicia de la decisión.
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