Hoy en El País: Algunos altavoces estridentes vienen propagando una supuesta posición de desventaja del castellano en Cataluña. Cualquier observador ecuánime sobre el terreno sabe que ello no se corresponde con la realidad.
Actualmente, aproximadamente la mitad de los ciudadanos de Cataluña tiene como lengua propia el castellano, es decir, la lengua común de España, mientras que la otra mitad son bilingües. Ambos grupos son iguales a la hora de pagar impuestos, pero no a la hora de recibir los beneficios del gasto público. Es decir, colaboran igualmente a los ingresos públicos, pero no participan igualitariamente del reparto del gasto.
Por ejemplo, los castellano-parlantes no pueden escolarizar a sus hijos en su lengua, y si quieren conseguirlo tienen que hacerlo con su dinero. Y, desde luego, tienen vedado el acceso a los puestos de trabajo de las empresas públicas, que exigen como requisito previo el dominio del catalán (esto, por cierto, tiene la virtud de quebrar la unidad de mercado laboral público en España). Desde luego las diferencias no se limitan a esta: la invocación de la lengua autóctona abre la puerta a todo tipo de ayudas económicas que el castellano encuentra cerradas. ¡Ah!, y los medios de comunicación públicos emplean exclusivamente la lengua autóctona.
Todo esto genera una desigualdad real, a la que inmediatamente sigue un sentimiento de diferencia jerárquica. El poseedor de la lengua autóctona, que recibe los privilegios, asume inconscientemente la superioridad de su status (recibo más porque merezco más), mientras que el desfavorecido suele asumir resignadamente su condición de paria, lo que le hace especialmente proclive al tuneo. Los niños son especialmente sensibles a estos mecanismos, y no es de extrañar que los castellano-parlantes, deseosos de redimir su condición, se conviertan en los más fervorosos ‘autoctonistas’.
En resumen, existe una potente ingeniería social dirigida a la imposición de la lengua autóctona y la marginación de la común que se permite atropellar en su avance principios tan esenciales como la libertad y la igualdad. ¿Y como lo justifica el autor del artículo? De la manera habitual: se trata de ”recuperar al catalán del grave intento de liquidación de que había sido objeto desde el siglo XVIII y muy especialmente durante el franquismo, objetivo que, a pesar de los avances conseguidos, queda todavía lejos".
Ahí está la clave: hay que corregir las injusticias, reales o mitológicas, del pasado, y esto nos sirve para justificar las injusticias (éstas muy reales) cometidas en el presente. Y además la persecución de este paraíso ideal se puede prolongar indefinidamente. Ya nos advierte el autor de que, a pesar de los avance, el objetivo aún está muy lejos.
Actualmente, aproximadamente la mitad de los ciudadanos de Cataluña tiene como lengua propia el castellano, es decir, la lengua común de España, mientras que la otra mitad son bilingües. Ambos grupos son iguales a la hora de pagar impuestos, pero no a la hora de recibir los beneficios del gasto público. Es decir, colaboran igualmente a los ingresos públicos, pero no participan igualitariamente del reparto del gasto.
Por ejemplo, los castellano-parlantes no pueden escolarizar a sus hijos en su lengua, y si quieren conseguirlo tienen que hacerlo con su dinero. Y, desde luego, tienen vedado el acceso a los puestos de trabajo de las empresas públicas, que exigen como requisito previo el dominio del catalán (esto, por cierto, tiene la virtud de quebrar la unidad de mercado laboral público en España). Desde luego las diferencias no se limitan a esta: la invocación de la lengua autóctona abre la puerta a todo tipo de ayudas económicas que el castellano encuentra cerradas. ¡Ah!, y los medios de comunicación públicos emplean exclusivamente la lengua autóctona.
Todo esto genera una desigualdad real, a la que inmediatamente sigue un sentimiento de diferencia jerárquica. El poseedor de la lengua autóctona, que recibe los privilegios, asume inconscientemente la superioridad de su status (recibo más porque merezco más), mientras que el desfavorecido suele asumir resignadamente su condición de paria, lo que le hace especialmente proclive al tuneo. Los niños son especialmente sensibles a estos mecanismos, y no es de extrañar que los castellano-parlantes, deseosos de redimir su condición, se conviertan en los más fervorosos ‘autoctonistas’.
En resumen, existe una potente ingeniería social dirigida a la imposición de la lengua autóctona y la marginación de la común que se permite atropellar en su avance principios tan esenciales como la libertad y la igualdad. ¿Y como lo justifica el autor del artículo? De la manera habitual: se trata de ”recuperar al catalán del grave intento de liquidación de que había sido objeto desde el siglo XVIII y muy especialmente durante el franquismo, objetivo que, a pesar de los avances conseguidos, queda todavía lejos".
Ahí está la clave: hay que corregir las injusticias, reales o mitológicas, del pasado, y esto nos sirve para justificar las injusticias (éstas muy reales) cometidas en el presente. Y además la persecución de este paraíso ideal se puede prolongar indefinidamente. Ya nos advierte el autor de que, a pesar de los avance, el objetivo aún está muy lejos.
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