Por Belosticalle
«Cuando se sacan a luz los
hechos con los nombres de sus autores, no hace falta aplicar a éstos ningún
calificativo, porque el lector se encarga de juzgarlos.» (Sabino Arana Goiri, ‘El Bizkaitarra’, Nº
4, dic. 1893)
El 30 de noviembre de 2003,
el ya caído o descabalgado preboste del Partido Nacionalista Vasco (PNV),
Xavier Arzalluz, se despedía a su estilo autocrático, inaugurando en
Bilbao la primera estatua del fundador Sabino Arana.
Fue idea toda suya. La
designación de artista y aprobación del proyecto, suya la elección de
emplazamiento, suyo el discursito inaugural, biliososo como suyo y
maleducado, donde no tuvo el detalle de dar las gracias o pedir disculpas a la
ciudadanía, por haber plantado semejante estorbo en lugar público.
Presidiendo nada menos que los Jardines de Albia, feudo secular de D. Antonio
de Trueba (Benlliure, 1895), hay que ser patán.
Y de pocas luces el
Ayuntamiento que lo dio por bueno, imponiendo a la Villa la presencia cotidiana
de quien es hoy en día, incluso para el partido político sabiniano, un
impresentable en sus escritos.
Porque todo monumento es
lo que la palabra dice: un recordatorio. Pues bien, recordemos al estatuario
Sabino Arana. No es otro el propósito de esta serie de capítulos entre Navarth
y yo, con toda la frustración que supone hurgar en un bronce hueco y una personalidad
esquiva. ¿Entonces…? Pues eso: que la estatua está ahí, expuesta al público, y
lo menos que puede hacer el transeúnte es preguntarse (ya que nadie se lo
explica en la peana) qué méritos nos hizo el tal Sabino para estar donde nos lo
han puesto.
Porque toda estatua pública
pide una explicación. Y Azcuna nos la debe, como alcalde nuestro que es; aunque
a diferencia del de Villar del Río, no nos la piensa pagar.
El Trueba de enfrente, sin
ir más lejos. ‘Antón el de los Cantares’, seudónimo del cuentista y
cronista del Señorío de Vizcaya, no será gran figura literaria, pero fue un
tipo honesto y sobre todo popular, que en su peana ofrece el catálogo de sus
pequeñas obras sencillas y sensibleras. Tan popular como lo fue la suscripción
que sufragó el monumento.
Pero este otro bronceado,
¿qué pinta aquí?
— Fundó un partido
político....
— Bien, ¿y eso qué?
— Deje acabar. No
un partido cualquiera. Sabino Arana fundó el PNV, un partido centenario,
el partido-guía. El Partido. Además nació aquí al lado, en ‘Sabin-Etxea’,
la actual sede central del Partido.
— Ahí le iba. Lo lógico
sería erigir la estatua en ese solar natal, en el atrio de la sede del
partido. Aquí donde está es una publicidad partidista inadmisible.
— ¿A usted qué le
importa, si no le cuesta nada? Esta estatua la costearon los afiliados al
partido.
— Pues razón de más para no
plantarla en un parque público, como si fuese su jardín particular. ¿Qué
le debe a Sabino Arana quien no sea del PNV ni nacionalista?
— A Sabino Arana
debemos el nombre de Euskadi, la bandera de Euskadi, el himno de Euskadi.
— Imposible, señor
mío. Euskadi es una comunidad autónoma de España constituida a tenor de la
Constitución Española de 1978. Arana no pudo nombrar lo que nunca
conoció. Además, él renegó de España y de todo lo español, así que mál pudo
dedicar himno ni bandera a un ente político basado en la Constitución española.
Si algo tuvo que ver la Euzkadi sabiniana con la Euskadi actual, sería como
antítesis.
— Es una manera de ver las
cosas. Los nacionalistas lo vemos de otro modo.
— Sí, jugando al equívoco
con las palabras y los símbolos. Pero es que Sabino, además de antiespañol
furibundo, fue un racista xenófobo sembrador de odio entre los vascos contra
los ‘maquetos’ españoles y un lenguaraz. Un sujeto así no merece monumento
público. Una estatua tiene que ofrecer un minimo de ejemplaridad ciudadana.
— Lo del racismo se ha
exagerado. Sabino Arana fue hombre de su tiempo, y entonces todo nacionalismo
era xenófobo, incluso racista. ¿Acaso no celebra España el Día de la Raza?
— ¿Me toma
usted el pelo? Esa ‘raza hispana’ (como retórica, discutible) es término
inclusivo, no exclusivo. En él entran por igual castellanos, andaluces,
gallegos, aragoneses, navarros, catalanes y, por supuesto, vizcaínos y guipuzcoanos…
El racismo de Sabino es todo lo contrario: racismo biológico excluyente, hasta
negar (con toda razón) la existencia de una raza española, mientras mantiene la
suya, la raza vasca, como raíz y principio de todo derecho cívico.
— …
El diálogo imaginario
podría hacerse interminable. Es así siempre con el nacionalismo. El diálogo que
siempre ofrecen y reclaman es de desgaste. Dejémoslo así.
Pero algo hemos aprendido
en la imaginaria discusión: la estatua de Sabino no se ha pagado con dinero
público ni tampoco con suscripción popular. ¿Cómo pues? Si es cierta la versión
nacionalista, Arzalluz habría pasado la gorra por toda la lista de
afiliados al partido, a cambio de sendos ‘sabines’: diplomas
personalizados para enmarcar y colgar en la chimenea de la sala, para orgullo
de hijos y nietos. Se non e vero...
Al santo por la peana
Nos acercamos con disimulo
a la estatua. Es la primera vez que lo hacemos, y nos da reparo, parece que la
gente nos observa. Casi de reojo y sin detener el paso leemos la inscripción
del bloque que la sostiene:
EUZKOTARREN ABERRIA
EUZKADI DA
SABINO ARANA GOIRI
1865 -I- 26
1903-XI-25
Mal empezamos, faltando al
respeto al bronceado. Él no quiso firmarse así, sino Goiri eta Arana’ taŕ
Sabin. Pero no importa, y hasta lo celebro. En adelante me permitiré
la misma licencia para escribir nombres, apellidos y topónimos vascos con mi
ortografía escolar, que fue la tradicional de todos ellos.
Otro tanto cabe decir del
lema. El original sería más o menos así: «Euzkotaŕen abeŕija Euzkadi da».
Tercera consideración: qué
vida tan corta, 38 años y 10 meses.
En efecto, Sabino Arana
murió joven, del síndrome de Addison o ‘enfermedad del bronce’; una
degeneración suprarrenal misteriosa en sus causas, que pudo ser debida a
tuberculosis, aunque también se ha especulado con la sífilis. No tengo datos de
esto último, ni me molesto en buscarlos, porque me da igual.
La estatua engaña.
Sabino no fue el hombre provecto que ella representa, por cierto, con poco
parecido físico, como lo demuestra abundante iconografía.
Como obra de arte, qué
decir. Al senador peneuvista Iñaki Anasagasti le encantó, porque —sólido
criterio estético— «se entiende a la primera».
Tipológicamente es una
estatua anodina, como aquellas romanas antiguas ‘de testa intercambiable’. Ni
fu ni fa, entre el paseante desocupado con la mano izquierda bien metida en el
bolsillo del pantalón, y el contemplativo con la mirada fija en algún punto del
espacio… un punto…
[¡Pero qué punto, madre
mía! El balcón de Colón de Larreátegui, 13, 4º izquierda. El balcón del que fue
mi despacho editorial durante más de 30 años. Qué coincidencia. Menos mal que
ya no trabajo allí.]
Así pues, Sabino Arana
vivió poco, y de ese poco, su carrera política se redujo a dos décadas. Debió
de ser, según eso, hombre de cerebro fecundo y actividad frenética... Pues no.
Por más que la hagiografía lo quiera paliar, Sabino fue, como su hermano y
mentor Luis, un señorito bilbaino zángano, que vivió de sus rentas. Y en cuanto
a actividades, salvo para enredar, apenas dieron golpe.
La gandulería de Sabino
Arana no fue ninguna imputación de sus enemigos. Él mismo la reconoció a
menudo; y no sólo en la intimidad, sino nada menos que en el famoso banquete y
discurso de Larrazábal (3 de junio 1893), que fue su debut, su estreno de
pantalón largo ante un grupo variopinto de políticos que le invitaron a
merendar, por curiosidad y para tomarle las medidas al nuevo líder salvapatria.
Otro día hablaremos de
aquella merienda-cena y homilía de marras, en que el nuevo profeta puso a sus
anfitriones a caldo. Es de suponer que Sabino sabía lo que decía, y lo que
todos pensaban de él, cuando les leyó estas palabras:
«Por
ella [mi Patria] desde hace diez años estoy trabajando: por ella dejé la
carrera, pues me parecía indigno el ocupar mi poca actividad en
acopiar bienes de fortuna..., y si hasta ahora tan poco he producido, ha
sido por la negativa pasión de la pereza, que por desdicha largas temporadas me
ha tenido dominado. Efecto de esa pasión... Unos cuantos folletos y
el opúsculo ‘Bizkaya por su independencia’ es cuanto mi pluma hasta el
presente ha dado a la publicidad.»
El propio Sabino reconocía
sin rubor que en su vida leyó muy poco, y que si por casualidad abría un libro
raramente llegaba a terminarlo. Pues lo mismo en todo lo demás. ¿Y por qué
había de ruborizarse, si esa era su manera de afirmar su originalidad absoluta?
Pero volvamos a la lacónica
peana. ¿Qué dice el lema? Traducido del euzkera sabiniano, esto dice, ni más ni
menos:
«El aberri de los
euzkotarras es Euzkadi»
¡Pero eso no es una
traducción! Cierto, no lo es, porque tampoco el original es vascuence. Ningún
vascongado de cuna en su tiempo lo pudo entender sin comentario; porque quitado
el verbo sustantivo, las otras tres palabras fueron invento de Sabino: aberri,
Euzadi, euzkotarra. ¿En qué neoparla o jerigonza se inscribe, pues, el
principio y fundamente y quintaesencia de toda la doctrina del hombre de la
estatua?
Ya esta primera muestra
grabada en la piedra pone de relieve la personalidad incongruente del tipo de
la mano en el bolsillo. Enuncia este su primer teorema sobre un pueblo
multimilenario, y de entrada hete con que ese pueblo no tiene nombre. Un pueblo
con lengua propia, la mas antigua de Europa y una de las más antiguas y
perfectas del mundo, y resulta que esa lengua no tiene palabras para
expresar los pensamientos de Sabino.
Aberri: ‘la tierra o pueblo de ab’, ¿cómo se come
eso? Pero si es muy fácil: si abizen (ab-izen, el ‘nombre de ab’)
—otro invento sabiniano— quiere decir ‘nombre patrio, apellido’, entonces
aberri (ab-erri), ha de ser ‘tierra patria, la patria’. Aun así, ¿de
dónde ha salido ese ab o aba, ‘padre’, más arameo
que vasco?
Las otra dos palabras
también se las traen. Para Sabino, ni siquiera existía un equivalente vasco
para decir ‘vasco’. Cierto, había una forma tradicional de designar el país y
pueblo vasco: Euscalerria (o Euscal Herria, también Escual
Herria). Pero por alguna razón ese término no agradó al demiurgo, cuya
mollera emanó el verdadero nombre de la cosa, digo, de lo vasco: euzk(o).
Dijo, pues, el demiurgo: «Haya
Euzkadi». Y Euzkadi fue. Volvió a decir el demiurgo: «Puéblese
Euzkadi de euzkotarras, oriundos de Euzkadi». Y las cumbres y valles y
tierra llana y costas de Euzkadi bulleron de gente ezkotarra, hombres y mujeres
primigenios en el paraíso primigenio. Y hubo ocaso y hubo aurora. Era el día
primero.
De ese modo el demiurgo,
con toda soltura y desparpajo, fue cubriendo las carencias y tapando las
vergüenzas de la geografía y de la lengua primigenia y perfecta. Y del mismo
modo que Adán, según el Génesis «pasó revista a todas las criaturas
poniéndoles nombre, y el nombre que Adán les impuso era el verdadero», así
también el adanismo sabiniano dio para todo un diccionario vasco de neologismos
para las ocurrentsias que iba creando.
Y una de las primeras fue
Euzkadi, término formado por aglutinación de dos elementos, euzk-adi,
donde -adi aporta la idea de conjunto o agrupamiento. Euzkadi, el
conjunto de los vascos.
De los verdaderos vascos,
para ser más exactos. Euzkadi no era, ni es para los patriotas vascos, lo que
hoy entendemos por ‘sociedad vasca’, ni con mucho. Euscalerría estaba toda
infiltrada de maketos y de vascos espurios. La verdadera Euzkadi es como la
verdera Iglesia: no el mogollón de toda la ciudadanía, sino sólo el
cogollito de los predestinados, reconocibles entre ellos por la marca de
adhesión al ideario sabiniano.
Al término Euzkadi, o
Euskadi (como se impuso), se le ha reprochado de forma un tanto puntillosa esa
terminación, -adi (o -di), propia de conjuntos vegetales, como si
los vascos de Sabino fuesen alguna especie arbórea, fruticosa o herbácea. «El
follaje vasco», que escribió aquí una vez D. Luigi. Supongo que
nuestro demiurgo produjo su euzkadi sobre la falsilla de gizadi,
gentío, y mi reserva, más que por lo botánico, va por el carácter amorfo,
inorgánico, de ese conjunto que ni merece el nombre de sociedad.
Obras completas: el empujón del vago
En 1893, tras una década de
trabajo patriótico, un indolente Sabino Arana se reconocía en público como
pensador prácticamente ágrafo. Diez años después, enfermo grave de un mal
incapacitante, decae y en pocos meses fallece. En este intervalo, sin embargo,
desarrolló una actividad literaria que da para unas 2.500 páginas por lo menos,
en las ediciones de sus Obras Completas.
La cosa es más notable, por
cuanto que toda esa producción no incluye ningún libro ni trabajo de aliento –a
menos que entendamos por tal la confección de cuadros gramaticales del
vascuence, como ejercicio de oposición (frustrado) a una cátedra de esta lengua
suya propia, que nuestro hombre desconocía por completo y nunca llegó a hablar
con soltura. Otro día vemos esto.
Sabino ‘al completo’ se
editó primero en Buenos Aires (1965), y nuevamente en San Sebastián (Sendoa,
1980, 3 tomos). Bien presentado, pero asaz caro para el bolsillo medio. Existe
una gran Fundación ‘Sabino Arana’, entre otras cosas depositaria de los textos
sabinianos, la cual debería tener como primer compromiso una edición crítica
con garantías. Lejos de ello, se reserva el derecho de admisión y acceso a sus
depósitos, y para el público sólo ha publicado antologías ‘ad usum delphini’.
Es verdad, por tanto, que «esos
textos siguen en las catacumbas», aunque esto lo diga José Dueso, autor de
una Antología de Sabino Arana (Roger, 1999). Y digo ‘aunque’, porque
para este colaborador habitual de ‘Gara’, la culpa de que se interprete mal al
buen Sabino la tienen sobre todo los españoles, que por sistema le sacan de
contexto. ¡Con lo interesante, revelador y hasta ameno que es Arana leído
en directo!
Obras completas, tres tomazos y muy variados, en prosa y en verso
. ¿Con que de un empellón el perezoso cambió las ‘ociosas plumas’ por la de
escribir y se volvió polígrafo? Sólo a su aire. Siguió tan superficial como
siempre y tan reiterativo como un molinillo de oración dándole vueltas a los
mismos mantras. Mantras insultantes, hay que añadir. Insultantes a
España, ofensivos al maqueto, desde luego; pero sobre todo insultantes a la
razón, a la inteligencia y al civismo.
Al emprender esta incursión
por andurriales tan ingratos, tanto mi socio como yo hemos tomado como
brújula la frase de nuestro hombre que encabeza este artículo. Cuando un
ciudadano se convierte en bronce hay que escuchar cómo suena. Y si alguna frase
suena a cuerda de horca, el contexto de la misma es para el autor como su
propio cuerpo, que le aprieta el nudo corredizo.
Comentarios
Quería haber entrado aquí primero, pero usted ha querido dejar bien claro que el autor del texto de hoy es el Profesor Belosticalle , y no lo ha traído a su blog hasta casi la noche...
Pues me da igual. No voy a repetir lo mismo que ya he dicho en el blog con el que colabora .
Sólo que me encanta , que el Profesor Belosticalle ha dicho que la idea es de usted, que si no fuera por usted, él no la hubiera emprendido, y que:
¡ Haga usted el favor de no ser tan humilde ! ¡Caray !, ¡ que sus series son divertidísimas, y que tendrá usted pocos años ( podría ser perfectamente hijo mío ), pero talento le sobra !
Pues eso
Cuanto más alto esté el listón, mejor se cruza bailando debajo... ¿ por qué va a haber que saltar por encima ?
Bailemos, pues, entrambos sin peligro alguno para nuestros respectivos cascos (el de arriba y los inferiores), muy por debajo de ese listón estratosférico.
Y que el buen Jon, tan samaritano como judío, nos eche una mano piadosa, si en esta bajada a Jericó tropezamos por el desierto. Que tropezaremos (yo por lo menos).
Sigo creyendo, con todo (como quien se cura en salud), que la aproximación primaria, ingenua, cándorosa de mi colega a los textos sabinianos le otorga cierta ventaja sobre un resabiado como yo para la ironía inocente, que es de todas la más eficaz y la más temible.