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COLA DE RIENZO Y PETRARCA: EL DICTADOR Y EL ARTISTA (y 11)



El juicio por herejía contra Cola di Rienzo avanza sin especial urgencia y con los retrasos burocráticos habituales; en todo caso, después de las emociones provocadas por su llegada el interés se ha apagado notablemente, y la gente de Aviñón dedica su atención a otros asuntos. El primer registro que aparece en las actas es la compra de una cama para el reo; después otros gastos realizados por Michele de Pistoia, alguacil encargado de su seguridad. El tribuno tampoco tiene prisa porque las alternativas parecen ser la prisión de por vida o la incineración en una hoguera; mientras tanto, tal vez para ablandar a los que van a juzgarlo, lee ostentosamente la Biblia, un texto más ortodoxo que sus anteriores lecturas. El momento procesal más relevante ocurre en diciembre de 1352: el papa Clemente VI, ateniéndose estrictamente a las profecías de Fra Angelo, muere.

El nuevo papa Inocencio VI se enfrenta a un doble problema heredado: la anarquía en Roma y las amenazas a la integridad de los dominios pontificios.

En cuanto a lo primero, a pesar de los consejos de Petrarca la comisión de cardenales encargada de las reforma del gobierno de Roma ha fracasado estrepitosamente. Los barones de nuevo campan a sus anchas, y los romanos, hartos, han tomado sus propias decisiones: en diciembre de 1351, reunidos en Santa María la Mayor, han declarado señor absoluto de la ciudad al plebeyo Giovanni Cerroni –lo que coincide con la principal recomendación de Petrarca-. Pero la situación, y el carácter de los propios romanos, resultan totalmente inmanejables, y en poco tiempo Cerroni se ve obligado a huir. Los barones recurren al usual sistema de dos senadores y nombran a Bertoldo Orsini y Stefanello Colonna. Esta decisión no es refrendada por el papa, que desde Aviñón nombra a su vez a Giovanni Orsini y Pietro Sciarra Colonna. Así pues en enero de 1353 hay cuatro senadores rivales gobernando Roma, pero la cosa acaba solucionándose por sí sola. En febrero, debido a la escasez de grano, los precios están por las nubes, y los indignados romanos rodean a los senadores en el mercado. Bertoldo Orsini es apedreado hasta la muerte, y Stefanello Colonna, más joven y vigoroso, se las arregla para huir. Ahora los dos senadores nombrados por Aviñón ostentan el mando indisputado, pero está situación tampoco durará mucho. Pocos meses después los romanos nombran a Francesco Baroncelli tribuno de Roma, segundo después de Cola di Rienzo.


Y en cuanto a lo segundo, los estados pontificios están siendo erosionados por todas partes. En el propio distrito de Roma el antiguo prefecto Giovanni de Vico, señor de Viterbo a quien Cola di Rienzo derrotó en su breve reinado, ha recobrado energías y se ha adueñado de dos terceras partes del territorio amenazando la propia urbe. De momento el papa lo ha contenido con la ayuda de Fra’ Moriali, quizás el más poderoso condottiero del momento. Jean de Montreal d’Albarno, proveniente de una aristocrática familia de la Provenza, ha sido Caballero Hospitalario –de ahí lo de fra'-, y ha llegado a Italia en el ejercito de Luis de Hungría en su camino hacia Nápoles. Tras la marcha de éste se ha incorporado a los mercenarios de la Gran Compañía de Werner von Urslingen, y después ha tomado el mando. Por el momento ha servido al papa, pero su fidelidad es cambiante en función del dinero, del que Fra’Moriali ha conseguido amasar una considerable cantidad; con ello planea crear un estado en el centro de Italia.

Para la reconstrucción de los dominios pontificios Inocencio VI va a contar con una ayuda inestimable, la del cardenal español Gil de Albornoz. Albornoz es “un soldado y diplomático vestido con ropas eclesiásticas”. A las órdenes de Alfonso XI de Castilla ha participado en la batalla del Salado y en el sitio de Algeciras. En junio de 1353 el nuevo papa lo nombra legado plenipotenciario del papa para los estados pontificios, y cumplirá su tarea con gran eficacia [21].

Y para solucionar el problema romano Inocencio VI cree tener un as en la manga.

___________________

Petrarca ha ignorado las llamadas del tribuno a su llegada a Aviñon, pero las cosas parecen haberse calmado. El nuevo papa, además, no se ha visto personalmente afectado por las sucesivas traiciones de Cola di Rienzo, por lo que su animadversión hacia éste es menor. En estas circunstancias Petrarca vuelve a tomar la pluma y escribe una epístola a los romanos:

«¡Pueblo invencible, conquistador del universo, mi pueblo! Es a ti a quien me dirijo desde el anonimato. Debo discutir asuntos de la mayor importancia, y brevemente».

Petrarca promete brevedad, pero en vano. Antes de entrar en materia se pone a defender la conveniencia de que todos los reinos temporales estén unidos, y que lo estén bajo el gobierno de Roma, y cita a Virgilio que prometió incluso la inmortalidad de la Urbe. Pero ¿es posible la inmortalidad de un reino terrenal? Eso lo lleva a discutir argumentos de Virgilio y San Agustín a favor o en contra de la posible eternidad de Roma. Al final acaba reconociendo que San Agustín tiene razón, pero libera de culpa al poeta –ahora que intenta exculpar al tribuno de los cargos de herejía no es cuestión de inculpar al propio Virgilio- y se la echa nada menos que a Júpiter («Si en algún pasaje de sus obras prometió inmortalidad al imperio Romano, debe observarse que no hablaba en primera persona, sino que ponía las palabras en boca de Júpiter, de modo que la mentirosa profecía y la falsa promesa deben ser atribuidos al mentiroso Dios»). Para cuando el poeta retoma el hilo ha transcurrido un número notable de páginas.


«Vuestro anterior tribuno está ahora –oh visión melancólica- prisionero de un extranjero (…) Está acusado, no de abandonar, sino de defender la causa de la libertad. Está siendo condenado, no por haber desertado, sino por haber organizado el Capitolio. Este finalmente es el mayor cargo contra él, un crimen que debe ser expiado en el patíbulo: que ha tenido la presunción de afirmar que incluso hoy el Imperio Romano está en Roma y a disposición del pueblo de Roma. ¡Época impía! Que estás haciendo ahora, Cristo, infalible e incorruptible juez de todas las cosas? ¿Dónde están tus ojos, con los que disipas las nieblas de la miseria humana?».

Como defensa no está mal. Olvida que Cola di Rienzo está siendo juzgado por herejía –y de paso todas sus traiciones- y centra el asunto en una mera cuestión terminológica que no está siendo juzgada: si el sacro imperio que se dice romano debe estar en Roma. Eso lo lleva a exhortar al pueblo romano:

«Por tanto os ruego y suplico, pueblo ilustre, que no abandonéis a vuestro conciudadano en esta hora de extrema necesidad. Mandad una embajada formal, señalad que os pertenece y reclamadlo como vuestro (…) aún no han alcanzado el nivel de locura de atreverse a denegar que teméis derecho de jurisdicción sobre vuestros propios ciudadanos (…) Insistid que a vuestro conciudadano se le dé un juicio público y que no se le deniegue el derecho a un abogado. Exigid que él, cuyas acciones fueron realizadas a la luz del día y que derramó tanta esplendor en la tierra como es humanamente posible, no sea condenado en la oscuridad (…) Protegedlo si lo juzgáis inocente; dictad sentencia si lo juzgáis un criminal o un culpable; pero al menos evitad la posibilidad de que sea condenado de acuerdo con el capricho de cualquiera que pueda desearlo».


Y apela eficazmente a sus emociones:

«Creedme, si una sola gota de la vieja sangre aún corre por vuestras venas, teméis no escasa majestad, no mediocre autoridad (…) Nada es menos romano que el miedo; os predigo que si tenéis miedo, si despreciáis vuestro propio valor, muchos de igual manera os despreciarán, y ninguno os temerá. Pero si empezáis a dejar claro que no seréis dejados de lado, seréis respetados en todas partes».

Finaliza Petrarca con lo que parece cierto remordimiento por recomendar tanto heroísmo mientras él ha estado en silencio y permanece aún en el anonimato:

«Yo mismo que os estoy escribiendo no debería rehuir quizás morir por la verdad si mi muerte supusiera alguna ventaja para el estado. Sin embargo debo permanecer en silencio, y no debo añadir mi nombre a esta carta, suponiendo que su estilo será suficiente para revelar al escritor».

Cola di Rienzo tampoco permanece inactivo ante el cambio de panorama. Para empezar escribe una carta a Ernst Von Pardubitz rogándole que, de ser posible, no haga públicas las cartas que le escribió en Praga:

«Recuerdo que en otro tiempo, cuando mi mente estaba alterada, perturbada por el miedo, y por decirlo así, ebria, os escribí muchas cosas, y aunque no dudo de la verdad de lo que expresé tan mal, me remito a vuestro mejor juicio y las retiro a causa de los oscuros espíritus que me torturaban en aquel tiempo».

Toda la culpa era de Fra Angelo, ese “ángel satánico” que lo engañó con las manzanas de la tentación. De hecho, continúa el tribuno, se le acaba de aparecer y lo ha rechazado airadamente. Ahora no cree en profecías y se arrepiente del daño causado con su credulidad. Cola di Rienzo continúa, por tanto, en plena forma, y éste es el as en la manga que el astuto Inocencio VI guarda en la manga para solucionar el problema de Roma y desactivar simultáneamente a todos los barones y Baroncelli posibles. Así lo describe un íntimo colaborador del pontífice:

«El papa concibió el plan de liberar de prisión a Cola di Rienzo que insistentemente prometía que sería el más ardiente campeón para mantener la supremacía papal. El papa esperaba que otros tiranos serían aplastados por Cola di Rienzo, cuyo nombre gozaba aún de buena reputación entre muchos».


Resumiendo, el papa decide levantar los cargos de herejía y nombrar senador al tribuno. En septiembre de 1353, pertrechado con una suma de 200 florines, Cola di Rienzo abandona Aviñón. Un mes más tarde se encuentra con Gil de Albornoz en Perugia. El cardenal desconfía profundamente del zascandil, y marcha a luchar contra Giovanni de Vico. La historia de Cola di Rienzo se acerca a su fin, pero aún tiene que pasar por el sainete y por el drama. El tribuno se entera de que en Perugia se encuentran Brettone y Arimbaldo, hermanos pequeños de Fra’ Moriali y doctor en leyes el segundo. Cola di Rienzo se hace el encontradizo con Arimbaldo, que queda halagado por la atención del famoso tribuno. Se hacen amigos en torno a una botella de vino y a partir de ahí según cuenta el cronista “comían juntos y dormían en la misma cama”. Finalmente el tribuno le cuenta que ha sido nombrado senador, y le ofrece ser general de Roma si contribuye a financiar el ejército. Arimbaldo, que de algún modo tiene poder de disposición sobre la fortuna de Fra’ Moriali, aporta 4.000 florines de oro. Con trescientos hombres a caballo contratados con el dinero que ha birlado al temible condottiero el tribuno se dirige finalmente a Roma. Albornoz ya ha sojuzgado a Vico y ocupado Orvieto cuando en su cuartel general aparece Cola di Rienzo. Mientras tanto la caballería del Fra’ Moriali merodea los lindes de los estados pontificios sin decidirse de momento a entrar.

En noviembre de 1353 Albornoz entra en Roma por una puerta mientras Baroncelli sale por otra, pero el cardenal aún mantiene alejado a Cola di Rienzo. El tribuno tendrá que esperar hasta el 1 de agosto de 1354, aniversario de su nombramiento como caballero, de la proclamación de Roma como capital del mundo, y de la convocatoria a todos los monarcas del mundo para acudir a rendir pleitesía, para volver a entrar en Roma en medio de una de sus clásicas procesiones. «Sin resistencia por parte de sus oponentes Rienzo ha llegado al Capitolio con gran jubilo y honores. De momento se está comportando bien. Espero que siga haciéndolo y que trabaje por el bien común» dice Albornoz.

Pero los aristócratas romanos no están contentos, y con su líder Stefanello Colonna rehúsan prestar juramente de fidelidad. Es el momento de que los generales Arimbaldo y Brettone se ganen sus galones. El tribuno los envía a someter Palestrina, ante cuya vista quedan ambos paralizados. En ese momento Cola di Rienzo se entera de que Fra’ Moriali ha llegado a Roma con 40 de sus caballeros, y que parece estar negociando con los Colonna la eliminación definitiva del tribuno. Cola di Rienzo convoca al mercenario al Capitolio para hablar de dinero; el imprudente condottiero acude y es apresado. Cola di Rienzo decide ensanchar su fama a costa de Fra’ Moriali y de paso solucionar sus problemas financieros. Lo somete a tortura para que confiese sus crímenes y dónde está su dinero, pero Fra’ Moriali resiste con dignidad. «Confieso que soy un caballero, y que la guerra es la guerra, no mejor ni peor si es conducida en nombre de otro o por iniciativa propia». Cola di Rienzo lo condena a muerte. Ante el patíbulo Fra’ Moriali se encara con la multitud: «Romanos, ¿por qué consentís mi muerte? Nada os he hecho. Vuestra pobreza y mi dinero son las únicas razones por las que debo morir». Tiene razón.


En su nuevo y breve reinado Cola di Rienzo viste siempre armadura y está continuamente rodeado por una escolta de cincuenta soldados. Ya no le quedan amigos, y somete a la ciudad a continuas exacciones para mantener su ejército y su lujo. Ha engordado, y el insomnio le ha dejado una expresión de permanente estupor. Vive presa de un temor que se materializa el 8 de octubre de 1354, sesenta y nueve días después de su reentrada en Roma. Una turba inflamada por los Colonna, o por hombres de Fra'Moriali, o por el propio cardenal, penetra en palacio y arrastra a Cola di Rienzo hasta las escaleras del Capitolio. Allí permanece el tembloroso tribuno cerca de una hora hasta que una espada descarga el primer golpe. Sus despojos son llevados a la plaza de San Marcelo, en los dominios de los Colonna; allí permanece colgado unos días a merced de las piedras de los niños. También son dos Colonna los que, en una burla final, reducen a cenizas los restos del que se llamó Tribuno Augusto precisamente ante el Mausoleo de Augusto.


NOTAS
[21] Gil de Albornoz no sólo asegurará las fronteras de los estados pontificios, sino que le proporcionará una estructura jurídica, las Constituciones Egidianas, que tendrán validez jurídica hasta 1816. Las Constituciones dividen los estados pontificios en cinco provincias: Campania y Marítima, ducado de Spoleto, Marca de Ancona, Patrimonio de San Pedro y Romaña, cada una gobernada por un rector designado personalmente por el papa.

Imágenes: 1) Inocencio VI, por Henri Segur; 2) Caballeros Hospitalarios; 3) Una batalla de la Reconquista; 4) Petrarca y Laura; 5) Petrarca y Dante; 6) El cardenal Gil Álvarez de Albornoz, por Matías Moreno González. Museo del Prado; 7) El cardenal Gil de Albornoz entregando la capilla del Real Colegio de España al papa San Clemente. El Real Colegio Mayor de San Clemente de los Españoles –este es su nombre completo- fue creado por el cardenal en Bolonia tras conquistarla, y todavía está en funcionamiento para los estudiantes de derecho españoles; 8) Muerte de Cola di Rienzo en el Capitolio. Fuente de las imágenes: Wikimedia Commons.


BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
El hilo conductor de esta historia ha sido la correspondencia entre Petrarca y Cola di Rienzo, y por eso son fundamentales las recopilaciones de cartas de Mario Emilio Cosenza (1880-1966), y en especial la reciente reedición Francesco Petrarca and the revolution of Cola di Rienzo, con comentarios de Ronald Musto.

En italiano. Con respecto a la historia del tribuno hay que partir de la Cronica dell’Anónimo Romano, obra de un historiador contemporáneo de Cola di Rienzo –según algunos, Bartolomeo di Iacovo da Valmontone-. Parte se publicó separadamente con el título Vita di Cola di Rienzo, que está repleta de detalles pintorescos y es más amena que la Storia di Roma del medioevo, de Ferdinand Grigorovius. Y si alguien está especialmente animado puede leer La vita di Cola di Rienzo de Gabrielle D’Annunzio. Es un libro bastante sesgado ya que la simpatía de D’Annunzio hacia Cola di Rienzo es evidente - lo consideraba sin matices un patriota italiano-.

En inglés está Rienzo de Victor Fleischer, que contiene mucha información, y Greater than Emperor. Cola di Rienzo and the World of Fourteenth-Century Rome de Amanda Collins.

En español hay poca cosa sobre Cola di Rienzo, pero para entender cabalmente las distintas sectas milenaristas hay que acudir a En pos del milenio, de Norman Cohn. Realmente este es un libro imprescindible.

Y por supuesto hay que navegar por el mar de información, a veces valiosa y a veces no, de la red.

Comentarios

viejecita ha dicho que…
Pobrecito mío.
Pero ¿ Quien le manda engordar ?
navarth ha dicho que…
Doña Viejecita, no le pongo un emoticono sonriente porque no sé cómo se hace. ¿Para cuándo un café en Madrid?
viejecita ha dicho que…
El primer martes o jueves por la mañana, que tenga un descanso en El Congreso, me avisa y allí que voy a tomar ese café y a verle un poco en su salsa.
catenaccio1970 ha dicho que…
Aunque este final se veía de venir, he resistido la tentación de adelantarme buscando por internet. El líder carismático de carisma menguante no ha estado mal; pero el verdadero hallazgo ha sido su ideólogo. Petrarca, un fenómeno. Gracias por la historia. Saludos.
navarth ha dicho que…
Gracias a usted, Catenaccio. Para que vea que la atracción de la cultura –en este caso la de verdad- hacia cierta clase de poder no es cosa de ahora. Saludos.
Anónimo ha dicho que…
Leo los estertores de esta historia escuchando desde la distancia que media entre Bayreuth y mi tierra natal, los sonidos del Parsifal de aquél que escribiera una ópera para Cola di Rienzo.

De veras que nos deja un hueco en el corazón, la muerte de nuestro protagonista, aunque sólo sea en el papel.

Ojalá pasara de nuevo por Madrid.

Gracias por todo, Navarth.

Mismo anónimo del 12 de Junio.
Anónimo ha dicho que…
.
Anónimo ha dicho que…
-últimos estertores-, quise decir, perdón
navarth ha dicho que…
¿Está usted en Francia? Espero que le haya gustado la historia. Y espero en septiembre estar por Madrid. Saludos.

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