Cuando Tocqueville publica en 1835 la primera parte de La democracia en América piensa que la democracia –identificada, recordemos, con la igualdad- y la libertad no son necesariamente compatibles. En realidad, piensa, la democracia ofrece unos peligros –la centralización de un inmenso poder burocrático, el individualismo y la tiranía de la mayoría- mucho más formidables que las instituciones del antiguo régimen. Unos peligros que la sociedad americana ha conseguido conjurar gracias, por un lado, a un carácter especial, y por otro a unas instituciones apropiadas. Cuando cinco años más tarde Tocqueville lanza la segunda parte de la obra su alarma es aún mayor. Está en marcha una potente corriente emocional que combina anhelos de igualdad, fe en la planificación económica y suspicacia hacia la propiedad privada. En conjunto reviste la forma de una nueva religión, y las distintas sectas que navegan en ella –los sansimonitas, los adeptos de Fourier, en breve los comunistas de Cabet- comparten una vaga denominación: socialismo.
En enero de 1848, mientras el socialista Louis Blanc predica la estatización de la economía, el diputado Tocqueville pronuncia un discurso avisando de que la intromisión del estado en la industria conduciría a la opresión, a la paralización de la economía, y a la desaparición de la propiedad privada, elemento necesario de la libertad. En febrero el rey Luis Felipe, que ha intentado torpemente combatir la marea restringiendo la libertad de reunión –sus opositores lo han burlado convirtiendo las reuniones políticas en banquetes- se enfrenta a graves disturbios en París, ante los que decide emigrar a Inglaterra: nace así una efímera Segunda República. En septiembre Tocqueville sentencia ante la cámara:
«La democracia extiende la esfera de la libertad individual; el socialismo la restringe. La democracia atribuye todo valor posible al individuo; el socialismo hace de cada hombre un simple agente, un simple número».
«El socialismo hace de cada ciudadano un niño; la democracia hace de cada uno un hombre».
«La democracia y el socialismo sólo tienen en común una palabra: igualdad. Pero adviértase la diferencia: mientras la democracia aspira a la igualdad en la libertad, el socialismo aspira a la igualdad en la coerción y la servidumbre». [1]
¿Ya no le parece la democracia una amenaza contra la libertad? ¿Ha cambiado Tocqueville de opinión? Pues sí y no. Ahora la principal amenaza contra la libertad no parece estar en la democracia, sino en el socialismo. Ahora Tocqueville se da cuenta de que la libertad se puede abrir camino en la democracia, y que en realidad es el único sistema que la puede proteger. En ese momento abandona su concepto previo de democracia-igualdad y propicia el nacimiento de uno nuevo: la democracia liberal. Es la revolución de 1848 la que ha terminado de abrir los ojos a Tocqueville. La libertad y la igualdad continúan pareciéndole difíciles de encajar, pero la igualdad enemiga de la libertad se concentra en el socialismo, mientras que hay una democracia que convive con la libertad, aquella que pudo contemplar en los Estados Unidos, a la que se añadirá el adjetivo ‘liberal’ para distinguirla de la primera.
En diciembre de 1848 Luis Napoleón Bonaparte es elegido presidente; en 1852 quizás propulsado por una herencia genética complicada, ya se ha convertido en emperador Napoleón III Bonaparte. Mientras tanto Tocqueville, que en principio ha gozado de su aprecio, lo ha perdido en cuanto ha empezado a criticar su deriva autoritaria. Retirado de la vida política produce dos nuevos libros, uno de recuerdos sobre los sucesos de 1848, y su última gran obra El Antiguo Régimen y la Revolución. Su tesis central es que la centralización del poder burocrático, uno de las grandes amenazas para la libertad, ya había comenzado en el Antiguo Régimen; por su parte Estados Unidos había conseguido conjurar el peligro gracias a la descentralización administrativa, que impidió una revolución similar a la francesa. Pero lo más interesante es el papel que asigna a los intelectuales en la revolución, y que explica la diferencia permanente entre el pensamiento político anglosajón –basado en la práctica y la mejora gradual- y el continental, para el que, si la realidad no encaja en la teoría formulada en el laboratorio de la razón, el problema es de la realidad. Y de paso de todos nosotros.
«Todos tienen el mismo punto de partida: todos piensan que es conveniente sustituir las costumbres complicadas y tradicionales que rigen a la sociedad de su tiempo por reglas sencillas y elementales basadas en la razón y en la ley natural […]. Cuando se estudia la historia de nuestra revolución, se ve que se desarrolló precisamente dentro del mismo espíritu que llevó a escribir tantos libros abstractos sobre el gobierno. La misma inclinación por las teorías generales, los sistemas completos de legislación y la exacta simetría en las leyes; el mismo desprecio por los hechos existentes; la misma confianza en la teoría; la misma afición por lo original, lo ingenioso y lo nuevo en las instituciones; el mismo deseo de rehacer a un mismo tiempo toda la organización de acuerdo con las reglas de la lógica y siguiendo un plan único, en lugar de tratar de enmendarla por partes. ¡Aterrador espectáculo!, pues lo que es cualidad en el escritor, en ocasiones es vicio en el hombre de Estado, y las mismas cosas que a menudo inspiraron buenos libros pueden conducir a grandes revoluciones».
Notas [1] Contre le droit au travail: Discours prononcé par Alexis de Tocqueville à l’Assemblée constituante le 12 setembre 1848.
Imágenes: 1) Tocqueville; 2) Lammartine el 25 de febrero de 1848 ante el Hotel de Ville; 3) Napoleón II Bonaparte.
Comentarios
Que, aparte de ser entretenidísimo, viene a demostrar claramente, que " Los mejores", y más cuanto mejores sean, son capaces de analizar sus propias ideas y creencias, a la luz de lo que ocurra en la realidad, y modificar sus ideas si ven que eran falsas.
A eso le llamo yo tener "espíritu de ciencias" . Que se puede tener muy bien desarrollado aunque uno tenga formación "de letras", o aunque uno sea artista plástico, o trabajador manual no cualificado. Y ni digo los músicos, que la música es hermana de las matemáticas...